lunes, 16 de julio de 2018

Yo puedo llenar ese vacío

Querida Hija:

Te sientes desesperada y me has pedido ayuda. ¡Dios mío, ayúdame! Repites constantemente. Y aunque dices esas poderosas palabras en forma automática, y sin realmente creer que yo puedo ayudarte, tu angustia y tu súplica llegan a mí con igual fuerza. Yo sé que estás atrapada en un laberinto del que no encuentras salida. Yo sé que adentro de tu corazón comprendes que esto que te pasa está fuera de control y que el único que puede parar esta locura en la que te encuentras girando soy Yo.

Así es. Yo puedo ayudarte. Pero veamos: vamos a repasar tu problema. Hay días en los que te sientes sola, hay un vacío en tu corazón tan grande que buscas llenarlo con objetos. En esos días entras en un frenesí en el que tú no eres dueña de ti misma. Es como si hubiera alguien igual a ti que vive adentro de tu persona y que te hace actuar en forma compulsiva. En esos terribles días te vas a las tiendas, armada de tarjetas de crédito y compras aquí y allá objetos que te dan una alegría instantánea. ¡Ah! Qué placer es elegir colores, comprobar texturas, probarte trajes y ropas que te hacen lucir en toda tu belleza. Cada vez que escuchas el sonido de una caja registradora, en tu mente hay una euforia, una excitación que te dice que todo va a estar bien, que te vas a sacar el premio de la lotería y que podrás pagar tus cuentas a tiempo.

No importa, te repites "yo me merezco esto porque trabajo mucho". También te convences de que es "necesario" comprar esto o aquello porque necesitas, quieres, anhelas, deseas aquel objeto con tanta fuerza que sientes que te podrías hasta morir si no lo tienes. Cuando regresas a casa tus ojos brillan y hay en ti una fuerza capaz de vencer cualquier problema (o por lo menos así lo crees en esos momentos). Unas horas después, cuando la adrenalina ha bajado y la euforia se ha esfumado, cuando la falsa alegría que te había embriagado, se ha disuelto en la nada: la realidad golpea tus sentidos y entonces te derrumbas.

Es en ese momento que me llamas ¡Dios mío, ayúdame! En esos momentos, cuando regresas a ser tú misma, comprendes que el vacío que hay en tu corazón no puede ser llenado con objetos y que la compulsividad de comprar sólo te ha dejado un vacío mayor y un problema de deudas en las que, cada vez, estás más hundida.

Querida hija, mi pequeña hija. No hay sobre la tierra ningún objeto o persona, ninguna cosa o substancia que pueda llenar el vacío que sientes porque ése es un espacio que me pertenece a mí. Ahí, donde está la soledad de la que estás huyendo, ahí cabe mi amor. Sólo yo puedo llenar ese vacío porque ese sitio sólo puede llenarse con mi presencia. Haces bien en buscarme ya que yo puedo calmar tus ansiedades, tomar el control de tu vida y parar a ese otro yo que hay adentro de ti que actúa en tu contra. Déjame actuar: acepta que tú sola no puedes resolver tu problema, ven y entrégame tu carga. Deja que mi amor llene ese vacío de tu vida. Cuando tú me hayas dejado entrar a tu vida y gobernarla con mi poder, encontrarás esa paz que andas buscando, y también encontrarás esa euforia que necesitas y te sentirás embriagada de mi amor y mi presencia y entonces verás que no necesitas de nada material para darte consuelo.

No necesitas luchar, no necesitas ejercer tu voluntad, ni necesitas hacer nada. Sólo pídeme que yo entre en tu vida y déjame que sea yo quien te acompañe de hoy en adelante.

Tu Padre que te ama,

Dios.



© Calli Casa Editorial 0294

¿Morirías por ella?

Querido Hijo:

Vienes a verme con enojo. Entras a mi casa, murmuras oraciones, cantas y sigues los rituales con tu cuerpo y con tu boca, pero en tu corazón hay enojo. Junto a ti está la compañera que elegiste, la madre de tus hijos. Estás muy enojado con ella y tus oraciones no salen de tu corazón, sino sólo de tus labios. Mientras confiesas creer en mi y cantas cánticos de alabanza, tu mente está repasando ofensas y tu corazón está henchido de resentimiento.

¿Qué ha pasado? Cuéntame, quiero ayudarte. Entrégame tu enojo y yo sabré disolverlo y transformarlo en amor. ¿Qué fue lo qué pasó que transformó el torrente incontenible de tu amor en un mar inmenso de reproches en donde pareces estarte ahogando? Ella insiste -yo lo sé- en que la ayudes con la carga que tiene y tú te enojas. Ella quiere que cooperes con la limpieza y a ti eso te ofende. Ella insiste en que mantengas el orden y tu piensas que ella es quien debe mantenerlo, no tú.

Viendo hacia atrás tu historia con esta hija mía, recuerdo con gran claridad aquél día en que ella aceptó ser tu esposa. ¿Recuerdas? Entonces acababas de empezar a trabajar, estabas muy joven y tus escasos recursos sólo te permitieron comprarle un modesto anillo pero a ella no le importó. ¿Recuerdas cómo brillaban sus ojos con el amor que sentía por tí y cómo te sentiste transportado al paraíso cuando viste las lágrimas colgando de sus pestañas por la emoción que compartía contigo?

¡Os amábais tanto! Aquélla tarde tu y ella fueron al cine a celebrar el compromiso. Eso fue después de que hablaron desde un teléfono público a tu familia y a la de ella para compartir las noticias de vuestra unión. Esa tarde, lo recuerdo como si hubiera pasado ayer, la película que vieron fue la de Robin Hood y tú te sentías inspirado por aquella escena en la que alguien le pregunta a Robin poco antes de rescatar a su amada Marion quien se hallaba en peligro: ¿Morirías por ella? Y Robin, sin titubear y con los ojos encendidos de amor respondió: "Sí, sí moriría por ella". Al escuchar esto tus ojos se llenaron de lágrimas y volteaste a ver a tu ahora esposa y sentiste en tu corazón la absoluta certeza de que tú serías capaz de morir por rescatar a tu entonces novia.

¡Yo me sentí tan orgulloso de ti! Tu amor por ella era una gran bendición y yo estaba seguro que te iba a traer a ti y a ella largos días de gozo en mi presencia. ¡Ah qué tiempos aquéllos! Pero déjame ver si entiendo bien lo que pasa. ¿Tú serías capaz de morir por ella pero no eres capaz de cargar con la mitad del peso que ella lleva sobre sus hombros? ¿Tú serías capaz de entregar tu vida por su amor pero no eres capaz de unir tu hombro al de ella y aligerarle la tarea?

¿Cómo es eso? Nadie te ha pedido que mueras por ella. Nunca nadie te lo va a pedir. Esa es una heroicidad que ya no se usa en estos tiempos. Pero si quieres ser su héroe, si quieres rescatarla, puedes hacerlo. No tienes que morir, sólo tienes que levantar atrás de tí las cosas que mueves de su sitio. Sólo tienes que demostrarle cuánto la amas siendo su compañero en todas las áreas de vuestra vida. Los hijos, el dinero, la casa, las compras, la familia, el futuro, la salud, la limpieza, el ahorro, la iglesia. Todo, todo, lo que representa vuestra vida diaria, compártelo por mitades. Si es tiempo de trabajar, trabaja con ella. Si es tiempo de educar a los hijos, presta tu esfuerzo y tu amor al igual que ella. Si es tiempo de planear el futuro, afila tu lápiz y haz cuentas con ella. Si es tiempo de limpiar: repara, pule, organiza y ayúdala a mantener feliz y sano el lugar en donde viven tú, ella y vuestros hijos. Y así, cuando sea tiempo de descansar, podrás sentarte junto a ella, con el corazón en armonía y la mente en paz sabiendo que haz cumplido, como todo un hombre, al honrar tu amor por ella.

Entonces, te lo aseguro, en tu corazón ya no habrá resentimiento sino paz. Por tu mente ya no pasearán los reproches ni los agravios, sino el gozo, la alegría y la satisfacción de ser el héroe que rescata a su amada -con todo e hijos- de los sinsabores de la vida diaria. Sigue mi consejo y llena tu corazón con mi amor que todo lo inunda.

Tu padre que te ama. Dios.


© Calli Casa Editorial 0283

Si da manzanas es que es manzano

Querida Hija:


Tienes varios días llamándome y dándome instrucciones. Quieres que haga que tu marido regrese a ti. Lo quieres rendido, humilde y manso. Quieres que deje a los amigos, las borracheras y a las otras mujeres. Quieres que gaste su dinero en tus hijos. Quieres que regrese inmediatamente. Quieres que regrese porque si no te mueres.

Mira hija: no te mueres y no te vas a morir (por lo menos no por eso). Cálmate y escúchame. Yo puedo ayudarte, es cierto, pero primero tenemos que hablar.

¿Te acuerdas la primera vez que él te dejó? Fue después de que acababa de nacer tu primer hijo, ese niño del que te embarazaste "para atraparlo" cuando aún eran novios. Ese niño que logró el "milagro" de que él se casara contigo. Aquélla primera vez que te abandonó, también, estabas desesperada. Llorabas como Magdalena y hasta pensaste en quitarte la vida. Decías que "él era toda tu vida" y no comías ni dormías pensando en él. Ni tu hijo te importaba.

¿Te acuerdas? Pero en aquella ocasión no acudiste a mí. Fuiste a ver a una gitana para que te hiciera "un trabajo". Tuviste hasta que pedir dinero prestado para pagarle a la gitana e hiciste cuanto truco te dijeron que hicieras y cuanta trampa te aconsejaron tus amigas. Hasta volviste a echar mano de eso del embarazo para hacer regresar a tu marido.

Y lo lograste. El pobre hombre regresó porque sentía que no podría vivir consigo mismo si tú, madre de su hijo y embarazada de su segundo hijo, te quitaras la vida como amenazabas a cada rato. Los tiempos que siguieron fueron dolorosos y difíciles. Nació tu segundo hijo y ustedes no eran felices. El no te quería, estaba contigo por obligación y te hizo sufrir mucho; tanto a ti como a tus pequeños. Tu vida fue un infierno. Hasta que volvió a irse.

¡Y tu que creías que habías ganado al hacerlo que se casara contigo! Pero no fue así. Nunca ganaste nada. Sólo impusiste tu voluntad y sometiste a ese marido tuyo que no te amaba y que no estaba maduro para ser esposo ni mucho menos padre. Y, aunque lograste ser su esposa y tener dos hijos de él, ¿Sabes por qué te digo que no ganaste? Porque tus resultados fueron malos. Si tú hubieras ganado de verdad, tu vida hubiera sido gozosa y feliz. Recuerda que si siembras un manzano cosecharás manzanas pero si siembras hiedra venenosa no puedes esperar que cuando llegue el tiempo de la cosecha te dé buen fruto.

Ahora vienes a mí y me dices que lo regrese. Que lo regrese hoy mismo. Me dices que si lo regreso vas a dejar de fumar y hasta me prometes traer limosna cada semana a la iglesia. Hija mía: debo decirte algo. Yo no cumplo caprichos ni recibo sobornos. Deja de fumar porque deseas ser mejor persona y trae dinero a la iglesia porque deseas que mi Santa Palabra se difunda, pero no para convencerme de hacer lo que tú quieres.

Tu quieres hacer tu voluntad. Que así se haga. Me saliste muy mandona y voluntariosa pero yo te amo así como eres porque eres mi hija. Yo fui quien permitió que crecieras y nacieras del vientre de tu madre y, a pesar de todos tus defectos y de todos tus errores, desde el mismo día en que naciste, mi amor por ti es inmenso y nada lo va a cambiar.

¿Tú quieres que yo arregle tu vida? Entonces renuncia a imponer tu voluntad y sométete a la mía. Entonces pídeme en tus oraciones que sea yo quien decida si he de hacer que tu esposo regrese a ti o no. Entrégame tu vida y la de tus hijos. Entrégame tu destino, acepta humildemente que sea yo quien guíe tus pasos y quédate tranquila con esa misma paz con que tu bebé se duerme en tus brazos sabiendo que tú vas a proveerle en todas sus necesidades. Con esa misma entrega, calma tus sentidos y deja reposar tu cuerpo. Suelta tus afanes y déjame a mí actuar.

Si tu haces eso, si me dejas que yo entre en tu vida y la inunde con mi amor y mis dones, te vas a sorprender de que no hay lugar que no sea transformado por mi amor. Te vas a sorprender al ver que el dolor desaparece de tu corazón y la tristeza de tus ojos. En ese momento en que el "amor de tu vida" sea yo y nadie más, verás que las cosas toman una nueva y poderosa dimensión.

Por eso te repito: si quieres que yo te ayude, pídeme que lo haga en mis términos, de acuerdo a mi voluntad y en el tiempo que yo considere justo. Sólo así estarás sembrando amor y, llegado el tiempo, tendrás abundante cosecha.

Tu padre que te ama. Dios.


© Calli Casa Editorial 0268

No tengas miedo; sólo ten fe

Querido Hijo:

Has venido a buscarme. Estás sufriendo y necesitas de mí para que calme tus heridas. Aquí estoy. Siempre he estado aquí esperando a que me llames. Ven, déjame acompañarte mientras lloras. Déjame poner mi mano sobre tu frente cansada.

Que tu matrimonio está en ruinas, ya lo sé. Que te vas a divorciar y has venido a buscarme porque estás asustando ante tanto dolor. Lo sé. Crees que tu corazón se va a romper y quisieras echarte a correr para no sentir, lo sé. Que necesitas de mí, también lo sé. Pero antes de ayudarte quiero preguntarte ¿Tú crees en mí? ¿Crees que en verdad yo puedo ayudarte? ¿Crees que soy tan poderoso como para hacer que en tu rostro vuelva a aparecer una sonrisa y en tu corazón vuelva a nacer una esperanza? Si es así entonces escucha mis palabras y síguelas con tus ojos cerrados y con tu corazón sereno.

Esta etapa de dolor en la que sientes que el mundo se ha detenido y en la que crees que estás sólo y que ya no hay más vida para ti, va a pasar. Cree en mi. No tienes que huir de este dolor. Sólo tienes que quedarte quieto y escucharme: déjame que te diga que la tormenta va a pasar y que después vendrá la calma. Manténte firme, aférrate a mí que soy tu roca y tu sostén. Por muy duros que puedan parecer los tiempos, yo estoy contigo y te sostengo. No tengas miedo, sólo ten fé.

Cuando esto pase vas a ser una persona nueva. Habrás aprendido de tus errores y estarás listo para caminar por nuevos caminos. Confía en mí. Yo he sabido que esto te iba a pasar desde hace mucho tiempo. ¿Te acuerdas cuando empezaste a salir con esa hermosa hija mía que después convertiste en tu esposa? ¿Sí te acuerdas? Estabas tan apasionado que no escuchabas a nadie. Yo traté de advertirte porque sabía que esta hija mía no estaba lista para ti. Y te lo dije muchas veces. ¿Te acuerdas esa molestia que sentías adentro de tu corazón cuando ella no llegaba a las citas y tu sospechabas que andaba con alguien más? Ese era yo diciéndote que ella no era para ti. Ese era yo que siempre estoy en tu corazón manifestándome y a quien muchas veces callas sin hacerme caso.

También te lo mandé decir con tu mamá. ¿Te acuerdas cuando ella te dijo que "esa mujer no le parecía adecuada para ti?" Seguramente te recordarás cuántos problemas tuviste con ella porque insistía en que no te casaras, que tomaras un tiempo para conocerla más. Ese era yo quien la urgía para que te hiciera recapacitar. Pero no entendiste. ¡Estabas tan apasionado! No era tu corazón quien la quería, era tu cuerpo y tu desconectaste a todo y a todos por seguirla. Así que te casaste y ahora vienes a verme porque tu corazón y tu vida están rotos.

Ahora me pides que te quite el dolor y te mande una nueva mujer.

Ese es un pedido muy grande. Pero yo puedo surtirlo. No hay problema. Yo puedo y quiero ocuparme de tus asuntos. Hace mucho tiempo que he deseado hacerlo porque yo puedo obrar maravillas en tu vida y puedo hacer que tú, como mi hijo que eres, recibas todo lo que mi amor está dispuesto a darte. Pero antes de que yo empiece a actuar, quiero que me contestes varias cosas. Vuelvo a preguntarte: ¿De verdad crees que yo puedo ayudarte? ¿De verdad estás dispuesto a dejarme actuar? Si es así, avísamelo. Si de verdad estás dispuesto a quedarte quieto, confiado, mientras pasa la tormenta, sabiendo que yo llenaré tu vida de bendiciones, dímelo.

En cuanto a una nueva mujer. No hay problema. Ella ya está lista. Es una hija mía que yo tengo dispuesta para ti. Es una mujer que llevará luz a tu vida, satisfacción a tu cuerpo, buena comida a tu mesa y que será tu compañera por el resto de vuestros días. Pídeme en tus oraciones que la acerque a ti y no hagas nada más. Déjame que yo actúe. Cuando estés listo, ella llegará a tu vida y tú sabrás que yo la envío como respuesta a tus oraciones porque el amor, cuando viene de mí, es suave, es tierno y produce bienestar y gozo en el corazón. El amor que viene de mí es generoso y llena todos tus sentidos.

Así es que espero tu respuesta. Si de verdad crees que yo puedo ayudarte, dímelo en tus oraciones y déjame actuar porque yo estoy aquí, como siempre lo he estado, listo para acudir en tu ayuda si tú me lo permites.

Tu padre que te ama.

Dios.


© Calli Casa Editorial 0255